Y no necesitaba volar... esta vez no... tan solo con caminar por la senda del bosque conocido, el guerrero era pleno y su alma compartida con todos los robles y las hayas del lugar. Ese lugar que solo él sabía encontrar, y que, lo hacía siempre con las ardillas por compañía y las luciérnagas que anunciaban de su presencia al entorno. Una presencia ahora iluminanda como cada recodo de su pensamiento. Un pensamiento sin atajos, siempre libre y directo en la sinceridad propia de un alma sencilla; entregada al bosque conocido. Así es el alma del guerrero.
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